Kevin Portillo practica cada día cómo sonreír. Normalmente, lo hace después de cepillarse los dientes, pero también cada vez que pasa por el baño o en cualquier lugar donde encuentre un espejo.
Mete sus dedos índices en cada lado de la boca y los levanta con cuidado. Frunce su cara como si fuera a dar un beso, luego abre los labios en una gran O, tratando de calentar sus músculos faciales. Practica tanto la sonrisa de Mona Lisa, discreta y con los labios juntos, como la amplia que enseña todos los dientes.
Se supone que tiene que hacer sus ejercicios cada día. Pero, al tener 13 años, a veces se olvida pese a ser consciente de lo importantes que son.
“Necesito estirar mis mejillas”, cuenta. “Lo hago un par de minutos. Tengo que hacerlo todos los días”. Las ejercita tanto que a veces le duele la mandíbula.