Nicolás Maduro anuncio entre lágrimas el fallecimiento del presidente de Venezuela.
“Tengo razones médicas, científicas, humanas, amorosas y políticas para mantenerme al frente del Gobierno y de la candidatura con más fuerza que antes", dijo Hugo Chávez en julio del año pasado.
Libraba por entonces una dura lucha contra el cáncer, con viajes esporádicos a Cuba para someterse a sesiones de quimioterapia y estudiadas apariciones ante la prensa. Mientras la gravedad de su salud era un misterio, este ex militar de 58 años proclamaba sus deseos de gobernar en Venezuela hasta 2031.
Chávez tuvo ansias de perpetuidad, y nunca las ha ocultado.
El venezolano se consideraba un continuador de la tarea emancipadora del prócer Simón Bolívar, cuyos restos no ha dudado en sacar del mausoleo para recomponer por computadora su “verdadero” rostro.
Su fanatismo por el Libertador le dio el mote de “bolivariano”, título que ha defendido con una doctrina que mezclaba la bandera del antimperialismo con la lucha por los derechos sociales. Todo ello, arropado bajo las prácticas del clásico caudillismo latinoamericano y referencias a Jesucristo, el Ché Guevara, Fidel Castro, Mao o Marx.
Para la oposición, ese cóctel convirtió a Chávez en representante de lo peor de la política: un presidente despótico y populista, despectivo con sus detractores, sordo a las críticas y, sobre todo, con unas ansias irrefrenables de poder.
Los Estados Unidos, en tanto, lo consideraron un crítico implacable al que debieron soportar a cambio de sus barriles de petróleo.
Pero Chávez supo del magnetismo que provoca en las masas, que siempre lo adoraron. Entre 1999 y 2010 acumuló más de 1,300 horas de “cadenas” de radio y televisión, según un relevamiento de la consultora AGN Nielsen. Para la oposición, en cambio, las horas de "cháchara" presidencial sumaron durante todo su Gobierno unas 3,500 horas.
Antes del cáncer, eran comunes que sus alocuciones se extendieran hasta 8 horas, conformando un popurrí de definiciones políticas, retos a sus ministros, cantos regionales, poesías y recuerdos de su vida.
La marca registrada de su Gobierno ha sido, sin duda, el programa semanal "Aló, presidente", que mantuvo al aire mientras se lo permitió su salud.
Muchos recuerdan aún su presentación en la ONU en septiembre de 2005, cuando se refirió a la presencia del por entonces presidente de los EEUU, George W.Bush, con un “huele a azufre”. O el “por qué no te callas” que le propinó el rey Juan Carlos en la Cumbre Iberoamericana de 2007.
Ese mismo Chávez obtuvo su tercera reelección el 7 de octubre, con el 54% de los votos sobre Henrique Capriles, candidato único de la oposición.
Luego vino el mensaje televisado que enmudeció a Venezuela. Tras una maratónica campaña, Chávez comunicó la reincidencia de su mal y una operación urgente en Cuba.
Esa sería su última aparición en público. Mientras las noticias oficiales sobre su verdadero estado de salud llegaban a cuenta gotas, el oficialismo preparaba la sucesión.
La estrategia cambió drásticamente el 15 de febrero, cuando el gobierno, sin previo aviso, mostró tres fotos de Chávez en su cama de hospital en Cuba, acompañado de sus hijos. El ministro de Comunicación, Ernesto Villegas, dijo ese día que el mandatario había padecido una traqueotomía que le dificultaba el habla.
El gran golpe de efecto, sin embargo, sería el 18 de febrero. De madrugada y en secreto, Chávez aterrizaba en Caracas en un vuelo procedente de La Habana. Fue el propio Chávez el que anunciaría su regreso en Twitter, luego de un largo silencio. Allí dijo que "seguía aferrado a Cristo".
El regreso de Chávez a Venezuela reavivó de inmediato la actividad de los sectores oficialistas, que sintieron que el regreso del bolivariano era sinónimo de una mejora en su estado de salud.
Sin embargo, el mandatario no volvió a aparecer en público. Los pocos partes oficiales ya hablaban del "estado delicado" de Chávez.
Se abre un período de incertidumbre política, con el vicepresidente Nicolás Maduro al frente de un inédito proceso electoral: el primero en 14 años que no tendrá a Hugo Chávez como candidato.
“Tengo razones médicas, científicas, humanas, amorosas y políticas para mantenerme al frente del Gobierno y de la candidatura con más fuerza que antes", dijo Hugo Chávez en julio del año pasado.
Libraba por entonces una dura lucha contra el cáncer, con viajes esporádicos a Cuba para someterse a sesiones de quimioterapia y estudiadas apariciones ante la prensa. Mientras la gravedad de su salud era un misterio, este ex militar de 58 años proclamaba sus deseos de gobernar en Venezuela hasta 2031.
Chávez tuvo ansias de perpetuidad, y nunca las ha ocultado.
El venezolano se consideraba un continuador de la tarea emancipadora del prócer Simón Bolívar, cuyos restos no ha dudado en sacar del mausoleo para recomponer por computadora su “verdadero” rostro.
Su fanatismo por el Libertador le dio el mote de “bolivariano”, título que ha defendido con una doctrina que mezclaba la bandera del antimperialismo con la lucha por los derechos sociales. Todo ello, arropado bajo las prácticas del clásico caudillismo latinoamericano y referencias a Jesucristo, el Ché Guevara, Fidel Castro, Mao o Marx.
Para la oposición, ese cóctel convirtió a Chávez en representante de lo peor de la política: un presidente despótico y populista, despectivo con sus detractores, sordo a las críticas y, sobre todo, con unas ansias irrefrenables de poder.
Los Estados Unidos, en tanto, lo consideraron un crítico implacable al que debieron soportar a cambio de sus barriles de petróleo.
Pero Chávez supo del magnetismo que provoca en las masas, que siempre lo adoraron. Entre 1999 y 2010 acumuló más de 1,300 horas de “cadenas” de radio y televisión, según un relevamiento de la consultora AGN Nielsen. Para la oposición, en cambio, las horas de "cháchara" presidencial sumaron durante todo su Gobierno unas 3,500 horas.
Antes del cáncer, eran comunes que sus alocuciones se extendieran hasta 8 horas, conformando un popurrí de definiciones políticas, retos a sus ministros, cantos regionales, poesías y recuerdos de su vida.
La marca registrada de su Gobierno ha sido, sin duda, el programa semanal "Aló, presidente", que mantuvo al aire mientras se lo permitió su salud.
Muchos recuerdan aún su presentación en la ONU en septiembre de 2005, cuando se refirió a la presencia del por entonces presidente de los EEUU, George W.Bush, con un “huele a azufre”. O el “por qué no te callas” que le propinó el rey Juan Carlos en la Cumbre Iberoamericana de 2007.
Ese mismo Chávez obtuvo su tercera reelección el 7 de octubre, con el 54% de los votos sobre Henrique Capriles, candidato único de la oposición.
Luego vino el mensaje televisado que enmudeció a Venezuela. Tras una maratónica campaña, Chávez comunicó la reincidencia de su mal y una operación urgente en Cuba.
Esa sería su última aparición en público. Mientras las noticias oficiales sobre su verdadero estado de salud llegaban a cuenta gotas, el oficialismo preparaba la sucesión.
La estrategia cambió drásticamente el 15 de febrero, cuando el gobierno, sin previo aviso, mostró tres fotos de Chávez en su cama de hospital en Cuba, acompañado de sus hijos. El ministro de Comunicación, Ernesto Villegas, dijo ese día que el mandatario había padecido una traqueotomía que le dificultaba el habla.
El gran golpe de efecto, sin embargo, sería el 18 de febrero. De madrugada y en secreto, Chávez aterrizaba en Caracas en un vuelo procedente de La Habana. Fue el propio Chávez el que anunciaría su regreso en Twitter, luego de un largo silencio. Allí dijo que "seguía aferrado a Cristo".
El regreso de Chávez a Venezuela reavivó de inmediato la actividad de los sectores oficialistas, que sintieron que el regreso del bolivariano era sinónimo de una mejora en su estado de salud.
Sin embargo, el mandatario no volvió a aparecer en público. Los pocos partes oficiales ya hablaban del "estado delicado" de Chávez.
Se abre un período de incertidumbre política, con el vicepresidente Nicolás Maduro al frente de un inédito proceso electoral: el primero en 14 años que no tendrá a Hugo Chávez como candidato.